Cada 8 de marzo y unos cuantos días previos es común escuchar reflexiones profundas sobre la importancia de reconocer el papel de la mujer en la sociedad actual. Son frecuentes las entrevistas que los medios de comunicación realizan a mujeres líderes, sobre el difícil camino que han tenido que recorrer en un mundo pensado sobre todo para los hombres. Muchos discursos evidencian “las deudas” que como sociedad aún tenemos con las mujeres. Por las calles no es raro ver a mujeres con una rosa y algunas otras, con ramos muy grandes.
Sin embargo, esta magia –igual que en el cuento de la Cenicienta– se termina el mismo 8 de marzo a las 12 de la noche. Las reflexiones se olvidan, los medios de comunicación sigue con sus agendas y las rosas terminan marchitándose. La violencia en contra de las mujeres se puede observar de muchas formas, en diferentes lugares, sin importar la hora, sin importar la edad, sin importar el nivel educativo, ni el estrato social. La violencia en contra de las mujeres puede ser muy sutil, cotidiana o puede estar disfrazadas de múltiples maneras y es difícil de aceptar o reconocer.
El ejercicio de la equidad de género
La equidad de género más que un discurso es un ejercicio. Garantizar los derechos de las mujeres no es tan solo una tarea de ellas, sino de todos. Si bien es necesario que las mujeres conozcan sus derechos para que puedan ejercerlos, también es necesario que los hombres reconozcamos las conductas violentas que tenemos hacía ellas.
La violencia en contra de la mujer, como la violencia en general se transmite de una generación a la siguiente. Tanto hombres como mujeres educamos replicando las mismas prácticas que hemos visto de nuestras madres o padres, que a su vez, vienen de nuestras abuelas y abuelos. Pero no se trata de buscar culpables, sino responsables. Cada una y uno de nosotros podemos tomar la responsabilidad de las conductas que tenemos todos los días en favor de un real ejercicio de la equidad de género. Y reconocer cuando hayamos tenido una conducta violenta y cambiarla .
Para erradicar la violencia en contra las mujeres es necesario crear espacios seguros para todos. Cuando las personas tienen garantizada su seguridad, tanto física como emocional, pueden aprender nuevas formas de relación, donde la importancia no radica si son mujeres u hombres, sino que son personas.